lunes, 2 de abril de 2007

Panis et circenses I: Bahia On My Mind

"Los tropicalistas decidimos que una mezcla de las aspiraciones ridículas de los americanófilos, las buenas intenciones naïf de los nacionalistas, el "revisionismo" tradicional brasileño, la vanguardia brasileña, absolutamente todo en la vida cultural real de Brasil, sería nuestro material sin refinar. Una creatividad genuina podría compensar cualquier aspecto y hacerlo trascendente"
Caetano Veloso

Si tomamos una, solo una, de las aproximaciones posibles al tropicalismo, una poco rigurosa y bastante contaminada, que nace en Occidente, treinta años después del colapso forzoso del movimiento, y que se encuentra engañosamente envuelta en un aura de redescubrimiento que es en realidad un latigazo de revelación, éste es el disco que lo empezó todo:


1999 y este recopilatorio devolvieron a la vida a Os Mutantes. Y lo hizo como si estos hubieran sido criogenizados en 1969 para su estudio futuro y hubieran permanecido bajo cero durante tres décadas. David Byrne hizo finalmente algo valioso después de los Talking Heads: desenchufó el congelador, sacó de él a los jóvenes especímenes y revivió lo que interesaba revivir del trío psicodélico. Como consecuencia, Os Mutantes explotaron en colores, como lo habían hecho la primera vez, con la misma potencia y la misma manera de... "desligarse"...

El tropicalismo es, junto con el sonido Postcard, el movimiento pop más perfecto: extraordinariamente conciso, ambicioso en sus metas, social, izquierdista de una manera crítica, no convencional, rápido en su ascenso y también en su desmembramiento, y -por fin- exhuberantemente sugestivo. "Colorista" es la palabra que no falta en casi ninguna de las definiciones. El adjetivo comodín que se utiliza para prácticamente cualquier música brasileña (excepto la bossa nova, a la que con la desgana se tilda de "elegante") está más que justificado cuando se habla de los tropicalistas. Forma parte de su ácida e infantil esencia, que, sin embargo, tiene poco de vulgar y carnavalera.

Pero el verdadero inicio de esta historia se remonta a mucho antes. Como es obvio, el tropicalismo, que vivió su época dorada durante la segunda mitad de los sesenta, no surgió gracias a David Byrne ni a su sello de world music, cobijado bajo el manto de Universal y creado a finales de los ochenta. En todo caso, Byrne, inspirado como él mismo confiesa por Arto Lindsay, se hizo eco de algo excitante e inspirador, algo que brilló por un nanosegundo como una supernova en la periferia de una Amazonia ya de por sí resplandeciente, una música que existió para celebrar la cultura brasileña a base de ponerla continuamente en un brete.

Os Mutantes son, pese al reconocimiento recibido por parte de notables popes anglosajones, la pirotecnia en la línea de acción del tropicalismo. El punto perfecto para empezar a tirar del hilo, con su apariencia alucinada y pop, su disposición a la manera anglosajona en forma de grupo, en un país donde priman los nombres propios. Pero, Mutantes a parte, los verdaderos orígenes del movimiento se encuentran en el estado de Bahía, al noreste de Brasil. De ahí surgieron Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa, Tom Zé o Maria Bethânia. Salvaguardados por su supuesto provincialismo, manteniendo una distancia crítica que poseían por nacimiento y los protegía de imposiciones musicales, artísticas, políticas y estéticas, se convirtieron en el germen de un colectivo anti-arquetípico, innovador y visionario, al que hubo que dar de comer a parte, peligroso para la dictadura y por tanto revolucionario.

El caldo de cultivo del tropicalismo y, en particular, el que rodeó a Caetano Veloso durante su adolescencia y juventud, recogido en la autobiografía-ensayo "Verdad tropical" (1), es de los que da vértigo peninsular. Frente al chaparrón de nombres que Veloso lanza sobre el lector de la manera más natural no hay paraguas posible. Cuesta encontrar algo equiparable en la historia de la música popular de los sesenta y seguramente cuesta también encontrarlo en la historia de la música culta (2). Veloso, hijo de empleado postal y por tanto de extracto relativamente humilde (nada aristocrático o burgués, en contraposición a una parte importante de los consumidores de bossa nova), estuvo expuesto a las más variopintas influencias culturales. Sea esto una verdad que obedece a algún tipo de casualidad cósmica o una boutade del Caetano Veloso de 1997 que escribe "Verdad tropical" -en buena medida parece que se trata más bien de lo primero, unido a una inteligencia innata, inconformista y perfectamente aprovechada-, la lista que se obtiene tras recomponer los siete primeros capítulos de "Verdad tropical" demuestra que el camino hacia el tropicalismo está sembrado de influencias maravillosas.

Anunciando lo que está por venir (lo que aparecerá en próximas entregas de la serie "Panis et circenses", y bastantes cosas más que materialmente no habrá forma humana de que tengan cabida), las señales proceden de todos los ámbitos posibles, tanto artísticos y culturales como políticos, sociales y personales. Lo que el relato de los cincuenta-sesenta vividos por Caetano Veloso evidencia es la enorme superioridad de la sociedad brasileña, tomada por una izquierda algo boba y a punto de entrar sin saberlo en una dictadura militar. Mientras en España lo único que se planteaba era si cambiar un ministro de Falange por otro del Opus, en Brasil -a pesar de sus enormes desigualdades y contrastes- era posible acceder a mundos propios y ajenos llenos de posibilidades. Cada una de las influencias mencionadas por Veloso aparece perfectamente contextualizada en su trayectoria vital, ninguna es gratuita. La de João Gilberto -tal vez la de mayor peso global- parece atravesarlo todo, desde Santo Amaro a Rio pasando por Salvador. La de Ray Charles y su "Georgia On My Mind" -en cierto modo contrapuesto a la distinción de João Gilberto-, que data de los tiempos en Salvador de Bahia, está relacionada con la presencia de Maria Betânhia (hermana de Caetano) y la co-influencia de Chet Baker, Billie Holiday, Nat King Cole, Dave Brubeck e incluso Johnny Mathis. Puestos en fila india los nombres propios del período formativo de Veloso y el tropicalismo cubren el jazz (Miles Davis, el Modern Jazz Quartet, Thelonius Monk, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, el citado Chet Baker...), el teatro (Brecht, Augusto Boal), el cine (Antonioni, Godard, Fellini, Rosellini, Fritz Lang, Glauber Rocha), la literatura (Stendhal, Lorca, Joyce, Clarice Lispector (3), Zé Agrippino), la psicología (Carl Jung, Sigmund Freud), los iconos norteamericanos (Elvis Presley, Judy Garland), la bossa nova (João Gilberto, Vinícius de Moraes), la música pop brasileña (Jovem Guarda y Roberto Carlos), la música experimental (John Cage)... Supone el equilibrio perfecto entre lo autóctono y lo foráneo, entre -como Caetano Veloso describe perfectamente- la cultura de masas, epitomizada por la colonización norteamericana y los carnavales, y la cultura erudita, llegada desde Europa y sobretodo desde Francia e Italia por el camino de la izquierda política.

Todo eso ocurría mientras se gestaba el tropicalismo, a las puertas de canciones como ésta, interpretada por Os Mutantes en TV Cultura y con letra de Caetano Veloso, al que se puede ver como buen aliado participando de la experiencia entre el público:



B'dum b'dum

(1) "Verdad tropical" está llamado a ser la inspiración de los próximos posts. Aun cuando no se cite en todo momento, siempre está ahí. Esta autobiografía, que disecciona con inteligencia el Brasil tropicalista, es el material de referencia más estimulante al que se puede acudir para descubrir o redescubrir el movimiento.
(2) En el pop, solo la Velvet Underground de la etapa John Cale podría aproximarse. En el jazz, habría que morphear a Herbie Hancock con Stan Getz para conseguir algo parecido.
(3) De Clarice Lispector intentaremos sacar el agua clara en breve. Por mucho que su obra se vea constantemente asociada a la de James Joyce y Virginia Woolf, una autora que se rebela contra la pedantería académica y los especialistas de esta manera no puede ser del todo mala: "No entiendo de qué hablan, pero siento ese falso vanguardismo, lleno de modismos, frío, calculador, poco humano. La mejor crítica es la que entra en contacto con la obra del autor casi telepáticamente".

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