lunes, 4 de junio de 2007

El desencanto hace horas extraordinarias

Con la cantidad de tiempo que se dedica a elogiar canciones, a ensalzar la materia oculta de álbumes mitificados por nosotros mismos, a reivindicar la importancia de ese momento oportuno que convierte un disco normal en un disco de la vida, es poco el tiempo que se emplea en tratar con su opuesto: el instante generador de desilusión. El punto de desencanto. El pare que me bajo, en marcha y sin esperar a la próxima parada.

Las decepciones son tan vehementes como el entusiasmo. A veces se trata de un proceso gradual. Entonces, todo se disfraza con una cierta lógica. Se pueden argumentar cambios en el estado mental de uno o de filosofía en la obra del propio artista. O un cansancio paulatino, sin más, algo que no necesita una argumentación especialmente precisa pero que a la vez puede sonar perfectamente coherente. Otras veces, cuando la cosa no va cayendo lentamente por su propio peso, es un hecho traumático lo que se produce. Puntual y en cierto modo violento. Un segundo de decepción, una brecha repentina en una escala de aprecios que se suponía en cierto modo estable.

La intuición, que tantas veces juega a favor de las canciones, es igualmente caprichosa y demoledora en su destierro. Si algo nos hace daño, hay rechazo. Si algo nos causa amargura, aunque sea por motivos estrictamente extramusicales, giramos la vista inmediatamente hacia otro lado. Esa gente y esos sonidos nos recuerdan las razones por las cuales nos detestamos, para que las aprendamos de una vez. Escuchar esa canción, ese disco, ponen de manifiesto de nuevo que el mundo no está de tu parte, amigo, ¿y qué te creías? Te hace sentir apaleado, angustiado, incómodo. Solo piensas en huir a la busca desesperada de otro refugio. Llévame a casa, aléjame de aquí. Las cosas horribles solo deberían suceder una vez.

Cuanto más divertida la música, más hiere. Aunque seamos mayorcitos para aceptar las consecuencias de nuestros actos, y odiemos la autocompasión mucho más de lo que odiamos las causas que la provocan. Sí, ya. Más triste fue lo de Syd Barrett o lo de Ordovás. Y lo de los caballitos poni, como bien saben Hidrogenesse y cuantos les escuchan, eso es mucho más triste. Pero aún así hay sensaciones que son inevitables, como la acidez de estómago.

Es por eso que este disco sigue a día de hoy durmiendo, envuelto en su celofán y por causas que son seguramente una imbecilidad, el sueño de los justos:


Y es que este mundo resulta a veces completamente idiota.

Mud'b mud'b

1 comentario:

Iván Conte dijo...

Pues mi sentimiento negativo favorito en la actualidad es el resentimiento, a ver qué te parece esto: http://k-punk.abstractdynamics.org/archives/2007_05.html