El Peruvian Groove de Vampisoul es otra etiqueta inventada. Una nueva clasificación a posteriori que no significa nada, pero que a la vez tiene un cierto sentido. Aplicada a músicas que ya no existen, a un lugar donde antes no se utilizaba catalogación alguna para agrupar a los artistas, establece los límites de lo que vale la pena salvaguardar y lo que no. Si tu música es groove peruano, puede que Vampisoul te edite un recopilatorio, y tus grabaciones de los sesenta y los setenta puedan ser descubiertas entre los adictos al soul-jazz, al jazz-funk y al latin-jazz más difícil de encontrar.
Rafael Hurtado de Mendoza es el groove-hunter de Vampisoul. Uno lo imagina revolviendo cubetas por todo Lima, sobretodo en casas de empeños y tiendas que se dedican a vender los vinilos del abuelo muerto. O reescuchando sin descanso -y ésta parece la aproximación más probable- todos los masters antiguos del archivo de la MAG. En cualquier caso, es el personaje clave en la edición de la serie "Peruvian Groove". Elige qué joyas edita Vampisoul y escribe unas notas interiores bastante más extensas de lo que es habitual en el sello madrileño. De su mano llega lo más selecto del jazz-funk y el boogaloo peruano. Música que en su momento, los años sesenta y setenta, fuera música de baile. Que se tocaba en casinos, en recepciones oficiales, en los halls de los hoteles de cinco estrellas de la capital. A Perú llegaban desde Estados Unidos los ritmos para la clase alta y los turistas: derivados jazz-funk de todo tipo, más o menos latinizados, asimilados por músicos como Jaime delgado Aparicio o Nilo Espinosa que contaban con estudios en instituciones estadounidenses. Y para las clases populares, mambo primero, salsa al final y boogaloo en medio. La música más visceral para el baile más vivo, que registró un breve pero jugoso período de esplendor en el Perú groove que ahora rescata Vampisoul (1).
VV.AA.
“¡Gózalo! Bugalú Tropical”
Vampisoul
El boogaloo peruano es hijo bastardo del neoyorkino. No lo puede disimular. Se parece tanto a su padre –aunque su progenitor sepa más bien poco de su existencia- que nadie es capaz de dudar de su origen. Es un cliché entusiasta, cubanismo brooklyniano de tercera mano. Pero uno, simplemente, no puede odiarlo. Por mucho que esté sobreusado, tiene gracia, ritmo y fuerza, y en cualquier caso Perú, por supuesto, merece poseer su propia versión de esta música vibrante y excitante. El boogaloo peruano es música de baile desatada que no puede plantearse conceptos como la originalidad. Es una ecuación no-matemática de estilos afro-cubanos devuelta a la comunidad latinoamericana vía Puerto Rico-Harlem-Lima. Es una música tan perfectamente apropiada para el Perú post-mambo y pre-salsa como lo fue para el Nueva York post-mambo y pre-salsa. Las descargas, boogaloos y shingalings llevan la marca neoyorkina pero bombean sudor peruano, como está mandado, y son un material tremendo de dancefloor, tan noble como cualquiera de las mejores recopilaciones del género, aunque mucho más desconocido. El resto son apuntes de una historia olvidada, con las congas y los vibráfonos como única pretensión y nombres muy raros en la playlist.
NILO ESPINOSA
“Shaken, Not Stirred”
Vampisoul
Nilo Espinosa es el músico peruano más dotado de entre los que asimilaran el jazz y lo convirtieran en ese peruvian groove que reivindica últimamente Vampisoul, en la frontera de virtualmente cualquier estilo. Espinosa participó de la explosión boogaloo -ver “¡Gózalo!”, también en Vampisoul-, pero fue con sus diversos ensembles donde abordó una infinidad de géneros en esa especie de travesía fusión por etapas. De instrumentales soul-r’n’b en la onda de Jr Walker a pasajes inconfundiblemente Stevie Wonder, pasando por algo de bossa nova, música de cama a lo Love Unlimited Orchestra y versiones groove de Schifrin o Morricone. Recuerda al funk setentero marca Maceo Parker y entronca hacia el final con los scores sintetizados de Hugo Montenegro. Nilo, que se atrevió con el jazz-funk principalmente en la época del Nil’s Jazz Ensemble, parecía, con su pinta de extra de Rocky, demasiado campechano para ser tan cool como Lou Donaldson o Herbie Mann. Pero desde luego supo mirar a los lados como nadie, más allá de cualquier jaula estilística, y consiguió, siendo totalmente espontáneo y nada aburrido, hablar libremente decenas de lenguajes musicales con el ritmo adecuado.
JAIME DELGADO APARICIO
“El embajador y yo”
Vampisoul
Si Nilo Espinosa es el Maceo Parker peruano, Delgado Aparicio es el Quincy Jones en la música del país andino. Aquí le mete mano a la banda sonora de una película de espías, año 1966, que conduce con destreza en base a un guión musical abierto y atrevido. Cruce de música incidental, habilidad swing, bossa nova, banda municipal, r’n’b y algo de latin-jazz, el score (situado en lo más alto de los afectos musicales por Delgado Aparicio) se desenvuelve entre el pop orquestado a lo Burt Bacharach o Henry Mancini y el jazz versátil de Duke Ellington. Delgado Aparicio saca provecho a toda esta paleta de tonos musicales gracias a sus innatas habilidades jazzísticas (en sintonía por ejemplo con Horace Silver, como acreditan los bonus tracks) y a esforzados estudios de composición-conducción, que le llevarían a dirigir desde una perspectiva ellingtoniana la Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta Contemporánea. “El embajador y yo” suena capaz, muy suelto y rico en matices. Se nota orquestado con maña y empaquetado con un equilibrio musical consistente y envidiable, que merece ser preservado. Por supuesto.
B'dum b'dum
(1) Más información y notas del propio Rafael Hurtado en el site de Vampisoul, que es flash y no se deja linkar fácilmente. Simplemente utiliza el buscador: "delgado aparicio", "nilo espinosa" y "gózalo" son las cadenas que te llevarán al lugar deseado.
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miércoles, 18 de abril de 2007
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